LA VIRGEN DEL CARMEN
16 de Julio de 1977
Santa TeclaZacarías 2, 14-17
Lucas 2, 15b-19
... a la Iglesia del Carmen de Santa Tecla, el 16 de julio, es una gracia de Dios; porque este lugar, así como tantos carmelos populares de nuestra república, nos los obsequia Dios para que nosotros, los pastores del pueblo salvadoreño, encontremos un apoyo directo, una confirmación de nuestro trabajo, de nuestra predicación, que es bendecida nada menos que por las manos bondadosas de la Virgen María. No hay predicadora más atrayente que la Virgen del Carmen en medio de nuestro pueblo; porque así como vemos aquí la Iglesia del Carmen de Santa Tecla repleta de fieles, estoy imaginando yo también las parroquias, los pueblos, donde este día los sacerdotes son incapaces de colmar el ansia espiritual de las almas que buscan a Dios. Es como decía el Papa Pablo VI, hablando a los encargados de los santuarios marianos, que estos lugares hacen visible el poder invisible que conduce a esta Iglesia de Dios. Y en esta hora, en que la Iglesia salvadoreña se renueva, precisamente por la persecución, qué dulce es encontrarse con las miradas de la Virgen, miradas aprobatorias, miradas de consuelo, miradas de ánimo. He aquí, pues, que nuestra presencia en este santuario carmelitano debe despertar en nosotros lo que la Virgen quiere despertar en esta Iglesia de 1977.
Yo me imagino, hermanos, que la piedad de cada uno de los que hemos venido a honrar a la Virgen del Carmen lleva la angustia y la esperanza que llevaba aquella plegaria de Simón Stock, el superior de los carmelitas, que viendo su orden perseguida, levanta sus ojos al cielo para decirle a la Virgen que les dé una señal de protección. Y es que a través de Simón Stock y del escapulario nosotros remontamos esta devoción hasta aquellos orígenes casi legendarios del monte Carmelo, donde la tradición recuerda que unos hombres piadosos -todavía en el Antiguo Testamento, sin que María viviera, sin que Cristo existiera, nada más que en las promesas de la Biblia- intuyeron la ternura y el poder de esa mujer tan emparentada con el Redentor prometido de la Biblia; y la amaron sin conocerla y fueron sus primeros devotos. Y de allá arranca, del monte Carmelo, el origen de esta congregación, Orden del Carmen, que floreció, pero que fue perseguida y que un día Simón Stock, viéndola así acosada, pide a la Virgen su protección. Y la tradición nos cuenta que la madre del cielo bajó con el escapulario en sus manos para decirle a Simón Stock: "Esta es la señal de protección que te traigo. Todo aquél que muera llevando este santo escapulario no verá las llamas del infierno". Y la protección de la Virgen se hizo sentir tan poderosa que aún ahora, a siglos de distancia y aún donde no hay carmelitas, está el santo escapulario, como una protección de la Virgen, llamando al pueblo y sintiendo que el pueblo es un hijo predilecto de la Virgen María.
Por eso les digo, hermanos, en esta hora de 1977, que todos conocemos como una hora de persecución a la Iglesia; con sus sacerdotes asesinados, expulsados, torturados; con tanto terror que se mete en las filas de la Iglesia que trabaja; en fin, es demás recordar estas cosas tristes, pero es para decirles que es una hora en que los carmelitas, como todo católico que sienta con la Iglesia de verdad, levanta los ojos a la Virgen y le pide una señal de protección. Y en esta iglesia, que rigen con tanto fervor los padres jesuitas, la oración de súplica, de protección, se hace concreta.
Yo quisiera que esta plegaria eucarística en honor de la Virgen del Carmen, pidiendo protección para la Iglesia en El Salvador y para la paz de la República, se concretara de manera especial pidiendo por los padres jesuitas, precisamente en esta hora, amenazados criminalmente de muerte. Nos conmueve esa serenidad de estos hombres de Dios; comprendemos ahora lo que significa esa formación del jesuita en la escuela de los Ejercicios Espirituales, donde le pide a Cristo aprobios, humillaciones, cruz, sacrificio. Y cuando los ve venir, no se espanta; los ha pedido, los ha deseado. Porque el jesuita es otro Cristo que tiene que esperar, a cambio de su bondad dada al mundo, la ingratitud.
Pero, hermanos, nosotros que sentimos que los jesuitas son una parte viviente de la Iglesia y que en esta hora de prueba a su ministerio están dando el ejemplo maravilloso de su serenidad, de su entrega a la causa de la Iglesia, aun cuando sea necesario morir como Cristo, nosotros pedimos a Dios con toda el alma, a la Virgen del Carmen, una señal de protección para estos soldados de Cristo y de su Iglesia. Y entonces la Virgen nos responde con su escapulario, la promesa de siempre, que yo quisiera interpretar en el mensaje de esta mañana: La Virgen nos ofrece una promesa de salvación. Pero, en segundo lugar, no es una salvación solamente después de la muerte. Es una salvación que nos reclama el trabajo también aquí en las cosas temporales, en la historia. Y entonces nos reclama la renovación interior, el Reino de Dios que ya comienza en esta tierra, en nuestro propio corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario