LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO EN LA HISTORIA
FIESTA DEL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO
6 de Agosto de 1977
Daniel 7, 9-10. 13-142 Pedro 1, 16-19
Lucas 9, 28b-36
Querido hermano, Monseñor Rivera Damas, queridos hermanos presbíteros queridos fieles, salvadoreños que llenan esta plaza junto a la fachada del alma madre de la Arquidiócesis o que, a través de la radio, siguen con interés este homenaje de la patria al divino patrono.
Para tener una idea de lo que fue ese episodio que se acaba de proclamar, la transfiguración de Cristo, que lo presenta luminoso y blanco ante la humanidad, bello y atrayente hasta arrancar de la ambición de Pedro una permanencia definitiva junto a él: "¡Que bueno es estar aquí!" -para tener una idea- basta mirar este pueblo. Y yo os diría, queridos católicos, que todos nosotros, la Iglesia, somos aquí la transfiguración de Cristo: un pueblo que se ilumina por la fe, que lo alienta una gran esperanza, que lo conglutina un gran amor. Somos de verdad la gloria del Señor, máxime cuando tomamos conciencia de que ese nombre glorioso de nuestra patria es un regalo de predilección del Señor. Tratamos de honrarlo, de recibirlo con cariño y de tributarle este hermoso homenaje de la mañana del 6 de agosto, todos los años. Y no es una fantasía poética decir que este pueblo es la transfiguración de Cristo; es la realidad teológica, evangélica del sublime ideal de Cristo al hacer su Iglesia.
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